sábado, 31 de marzo de 2012

Querido Manuel: renací. Gracias.









¿Alguien vio pasar un cangrejo azul? Muchos dicen que lo mismo daría  que pasara un cangrejo de ese color por nuestras narices. Mucho tiempo yo también creí eso, yo también pensé que era lo mejor “para todos”.  Pero con el tiempo, y con el corazón algo (puta que soy cobarde) lesionado, me fui dando cuenta de la intensidad de las bellas mentiras. Dentro de los peces, no están los cangrejos azules, mi querido Manuel, sino que están dentro de cada uno de nosotros. La gracia consiste, entonces, en romper con la idea de que él pez es quien encierra el cangrejo ¿Te imaginas si aquel Hidalgo de  algún lugar de La Mancha (cuyo nombre no me quiero acordar, porque tampoco su Dios se acordó de aquel pedazo de tierra) te diría en esta oportunidad? Creo firmemente que serían un par de chuchadas, pero de las buenas.
Mi querido Manuelín, debo aclararte algunas cosas. Cuando me vi con mi botellita de Felix Felicis, y me enamoré, siempre comprendí que el corazón era rojo por siempre. ¡Siempre! No lo guardé, lo entregue al sol para que me diera otro’ colore’, me la jugué. Pero me despertó la ausencia de todo movimiento, de todo sonido de tambor. Los colores no son amore’, pero si dolores de aquellos: y bien bien bien bien bien bien negro son. Pero la pasión, oh querido cómplice, es roja.

Y en aquella noche, me di cuenta que lo’ colore’ no son para todos.
Pero renací.
Pero sigo vivo.
Pero quiero-seguir-luchando.
Y sigo dispuesto a entregar lo colore que poseo. Porque sigo creyendo en el sol, pero no en aquella muza.

“Lo único que sé hacer bien, es perderme. Y lo único que debo hacer, es quererte”. Y puff! Me encendí, queriendo ser un Alsino con un final feliz.