- ¿Estás segura de lo que estás haciendo?
El sol poco a poco se iba asomando, y lo único que podía observar con claridad era su rostro decidido. Sabía que no había escapatoria. La mañana era helada, pero no quería que el futuro fuera así de helado. Simplemente no lo podía soportar... no otra vez. (Primero me mato con jato antes de seguir con esto.)
- Mucha veces soñé con esto, no quería que llegara el día en que tuviera que hacerlo.- Se acercó lentamente a mí, a tal punto que podía notar como su respiración se calmaba. Tomó mi cara entre sus manos, y sonrió. - Sé que es... raro, pero debo hacerlo.
Lentamente se apartó de mí y se terminaba de vestir. Sus yelmos eran de color negro y rojo, y con dorado se podía divisar claramente el blasón en forma de garza. No sabía como actuar, no sabía como reaccionar. Podía simplemente quitarle la vida ahora mismo, entregar las tierras a Araii y la guerra habría terminado. O podía unirme a ella, luchar a su lado aunque supiera que iba inevitablemente a una matanza de mi pueblo y una guerra civil que se extendería por años. La solución era clara. Solo fui capaz de percatarme como el sol entraba con más intensidad por la ventana, mientras buscaba a Jato debajo de la cama. Sin darme cuenta, se hincó a mi lado para buscar el sable mientras tarareaba tranquilamente.
- Aquí está - Extendió el brazo hasta mi sable y me lo pasó en un movimiento sutil y delicado. Nadie creería que es conocida como "La Señora de la Guerra". - Aún considero esencial tu ayuda, pero no te forzaré a tomar una decisión.
Sabía a lo que se refería. "O muerto con ella, o muero en deshonra". ¿Era justamente eso lo que me preocupaba? Solo pude sonreír. Me levanté poco a poco, en un intento inútil de disfrutar aquel momento. Me enfundé a jato a la cintura y lentamente me ponía el traje de guerra: negro con dorado, y el blasón del Fénix en rojo. Cuando terminé, la miré.
Se acercó a mí. Sentí su corazón latir más rápido que nunca. La hora había llegado.
- ¿Ya decidiste qué hacer?
- Si muero, no dejes que se lleven mi cuerpo. No mueras hoy, no quiero morir de pena.
Y sin pensarlo, yo estaba llorando. Pero a la vez estaba feliz. Y solo fui capaz de abrazarla... como una despedida. De algo estaba seguro esa mañana: No dejaría que mi pueblo sufriera y protegería con mi vida a Shigeko. Y solo fui capaz de abrazarla aún más fuerte, reprimiendo las palabras que antaño me hubiera gustado gritar.